Este fue un mini relato que escribí hace tiempo y del que sólo había escrito esta parte. Hoy me ha dado por continuarlo... espero que os guste. Espero críticas y comentarios ;)
Prólogo
Estaba como siempre, sentado en la misma barra del mismo bar delante de una cerveza; mientras veía como mi cigarro se consumía lentamente, apurándolo de vez en cuando con caladas largas y profundas.
No tenía nada que hacer. Nada que buscar, nada que encontrar. Nada que perder. Nada que ganar. No tenía nada.
Veía pasar el tiempo lentamente como en medio de una película, la película de mi vida, en la que yo sólo era un mero espectador, sin ninguna capacidad de decisión sobre las imágenes. Mi vida estaba vacía, yo me había consumido hasta tal punto de no ser más que una sombra de lo que era antes. Ya nada quedaba de la persona que alguna vez había sido.
¿Cuál había sido mi crimen? Amar. Entregarme en cuerpo y alma a una ilusión vana. ¿Cuál era mi condena? Vagar. Por siempre, sólo y vacío, esperando la hora de mi muerte.
Nada me llenaba, nada me ilusionaba. No encontraba emoción ninguna en las cuerdas de mi guitarra, antes llenas de alegría. No le veía sentido a estar con mis amigos. No me comprendían. Simplemente era un cuerpo hueco que se sentaba con ellos y les escuchaba remotamente, porque realmente mi conciencia no estaba allí, con ellos, sino lejos, siempre muy lejos de mí.
¿Qué era yo? Nada. Absolutamente nada. Un alma muerta, una carcasa vacía, un agujero negro. Mi cigarro seguía consumiéndose, y juro que cuando me quedaba fijo mirándolo, viendo como el fuego devoraba todo, papel y tabaco, sentía que también se llevaba una parte de mí. Tal vez yo hubiese querido ser ese pitillo que, al menos, en su corta vida tiene alguna utilidad, sabiendo que al fin se consumirá del todo y se apagará. Tal vez yo deseaba ese fin, tal vez quería morir y acabar con todo. ¿Realmente deseaba la muerte? Sí, pero no la buscaba. Ni siquiera me afanaba en buscar lo que podría ser mi único deseo, mi única meta. Ni fuerzas para eso tenía. Tal vez no era tan cobarde como para suicidarme, pero tampoco lo suficientemente valiente para hacerlo. En todo caso era un suicida pasivo. No, no tenía fuerzas para buscar la muerte, pero tampoco para evitarla. No me importaba morir. No le tenía miedo.
Sentía que desperdiciaba mi vida allí sentado sin hacer nada día tras día, pero en realidad, tampoco tenía nada que hacer. Ahí en la barra veía pasar a muchísima gente, desde padres e hijos que se reencontraban hasta grupos de amigos que venían al bar constantemente, pasando por parejas enamoradas que se besaban en un rincón, o madres agobiadas por las quejas de sus bebés. En todo caso nadie que llamase demasiado mi atención. Tampoco es que buscara a nadie así, de hecho, no iba a nada. Pero simplemente apareció.
De pronto cruzó la puerta y fue como si el mismo sol entrase en la sala. No era una de esas supermodelos de revista, ni alguien que entrase en los típicos cánones de belleza, pero era preciosa. No fue su aspecto físico lo que me más llamó la atención de ella, sino su seguridad al andar, la determinación en su rostro al avanzar con paso firme hacia la barra. La silueta de su cuerpo apoyado en la barra, marcada por una lámpara ubicada justo detrás de ella era perfecta. Su larga melena ondulada le caía por la espalda sin orden, lo que le daba un toque inocente y salvaje al mismo tiempo. La forma de sus labios menudos era increíblemente sensual, así como la seductora voz que poseía, que oí al pedirle ella un café al camarero.
Era increíblemente hermosa, y por ello mismo, sabía que era inalcanzable. Intenté apartar la vista de ella dirigiéndola de nuevo hacia mi cigarrillo, pero no fui capaz. Giré la cabeza nuevamente para observarla… y ella estaba mirándome. Y ahí fue cuando perdí totalmente el control.
Sus ojos, sus preciosos ojos color castaño estaban fijos en mí, y la forma de fruncir el ceño indicaba que estaba estudiándome, un análisis rápido. La miré directamente a los ojos intentando esbozar una sonrisa (costaba mucho después de tanto tiempo sin forzar los músculos faciales) y ella, avergonzada de que la hubiese sorprendido mirándome tan directamente, apartó la vista rápidamente, para disimular dando un largo trago a su café.
No sé por qué lo hice. No sé qué fue lo que me impulsó a ello pero en cualquier caso, no pude evitarlo. Me levanté, sin echarle una última ojeada a mi ya apagado cigarro, cogí mi chaqueta y, de camino hacia la puerta, me situé detrás de ella y le di un toque en el hombro. Ella se giró rápidamente y, sin darle tiempo a reaccionar, la agarré levemente de la cintura y la besé, con suavidad, sin violencia, degustando cada milímetro de sus labios, embriagándome de su aroma. Apenas duró unos instantes, pero para mí fue como si volviera a vivir una vida entera. Me separé de ella y me encaminé hacia la puerta, dejándola atónita.
Salí del bar y sentí el viento del otoño en mi cara. Eché a caminar por la acera, sonriendo de verdad, por primera vez en mucho tiempo. Aún podía oler su perfume, que me acompañaría por mucho tiempo. Y entonces supe que mi alma renacía, y que ese beso me había devuelto a la vida.