domingo, 26 de febrero de 2012

Dark Passion Play - XIII

Una vez nos separamos Lara y yo, no me lo pensé demasiado. Tenía muy claro lo que quería hacer. Entré a nuestra habitación - donde estaba él, leyendo encima de la cama - y le dije de repente:
- ¿Quieres venir a dar una vuelta conmigo en moto esta tarde?
Él levantó la mirada, sorprendido.
- ¿Cómo?
Es cierto, a veces hablaba muy deprisa cuando me ponía nervioso y lo más probable era que ni me hubiera entendido.
- Que si te gustaría venir esta tarde a dar una vuelta conmigo. En mi moto. Conduzco yo - añadí con una sonrisa.
- ¿En tu moto? Guau. Pensaba que no dejabas que nadie se acercara a ella mas que tú.
- Sí, pero no veo por qué no iba a poder hacer una excepción contigo... si quieres, claro.
- Sí... sí, sí, ¡claro que quiero! - dijo él, también sonriente.
- Estupendo. Estate listo a las cinco, ¿vale? Y abrígate, o pasarás frío.
- Estamos en Julio...
- Tú hazme caso - le guiñé un ojo y me fui, cerrando la puerta tras de mí, eufórico.

______________________________

Aún no me lo podía creer. Si había algo que Erick quería tanto como a su hermana y a la mía, era a su moto. Había conseguido hace tiempo - aún no sabíamos cómo - una preciosa Harley Davidson. Siempre le habían encantado las motos, pero aquella le traía loco. No dejaba que nadie la montara salvo él, por más que le había insistido su hermana, y lo más que había consentido había sido en darle una vuelta en ella una única vez. Aquello era tan alucinante, que si aún Erick y yo nos siguiéramos odiando y me lo hubiera propuesto con la única intención de matarme en un fingido accidente, hubiera aceptado de todas maneras.

A las cinco bajé, puntual, al garaje donde guardábamos algún coche y motos de todos los que vivíamos allí. Mi propia moto estaba allí, aunque no tenía nada que ver con la de Erick. Siguiendo sus instrucciones llevaba puesta una sudadera y traía conmigo una cazadora, a pesar de que me estaba asfixiando por el calor. Él ya estaba allí, haciendo quién sabe qué cosa.
- ¡Hola! - me saludó alegremente. Él sólo llevaba una camisa blanca que hacía que se le marcara el pecho, aunque enseguida alcanzó una cazadora de cuero de una percha que colgaba de la pared - ¿Todo listo? Bien, ponte esto.
Sacó el casco de la moto y me lo lanzó. Tras esto se puso la cazadora y abrió con un click la puerta del garaje.
- Eh, ¿y tú qué? - le espeté.
- ¿Yo qué?
- Que qué hay de tu casco.
- No me hace falta, no te preocupes.
Suspiré.
- Erick, no pienso subirme contigo a ninguna parte sin que te protejas debidamente. No quiero que te pase nada.
- Vaya, ¿y tú desde cuando te preocupas tanto por mí? - me respondió burlonamente. Aun así, se acercó a una estantería que había pegada a una de las paredes y cogió un casco negro.
"Si tú supieras..." pensé para mí mismo. Me puse el casco que me había pasado mientras él hacía lo mismo, y se subió a su moto.
- ¿Desea algo más el señorito? ¿Que me coloque un equipo de ciclista completo, quizás?
- No me toques las narices y enséñame lo que puede hacer este trasto - dije subiéndome tras él.
Erick arrancó con suavidad y salimos hacia las calles. Al principio no sabía cómo colocarme, pero pronto no tuve más remedio que abrazarme a él si no quería caerme de la moto. Se sentía bien. Su pecho era firme y la sensación de estar tan cerca de él me gustaba.
Mientras callejeábamos por la ciudad Erick conducía a una velocidad razonable, pero en cuanto nos alejamos de las afueras fue acelerando más y más. No sabía a dónde íbamos - no me lo había dicho - pero la verdad es que la sensación era genial. Era como si voláramos. No había exagerado ni una pizca al decirme que me abrigara, porque aún con el calor propio del verano, la velocidad a la que íbamos me helaba las manos. Tal vez íbamos demasiado rápido. Me aventuré a mirar el cuentakilómetros por encima de su hombro, y realmente me asusté. Erick conducía a casi ciento cincuenta. Instintivamente me abracé a él con mucha más fuerza. Él, por toda respuesta, me alzó una mano con el pulgar extendido, indicando que todo estaba bien. "Por lo que más quieras, no sueltes las manos del volante" era todo lo que podía pensar. Pegué la cabeza a su espalda, y decidí cerrar los ojos y rezar, o algo así, para que no nos estrelláramos.
No supe durante cuánto tiempo estuve así - tal vez unos veinte minutos, media hora - pero al cabo de un tiempo la moto fue decelerando hasta que nos detuvimos del todo. Me aventuré a abrir los ojos, y al ver que no nos movíamos, prácticamente salté de la moto. Me quité el casco y miré a mi alrededor.
Estábamos en una especie de explanada rodeada por algunos árboles, chopos y pinos. La hierba crecía en rodales y olía como a tierra mojada. Sonaba un arroyo a lo lejos y había una especie de fuente en un rincón, aunque parecía demasiado profunda para ser una fuente. Aún no era tarde, pero el sol ya bajaba y cubría el cielo de tintes anaranjados. Si no hubiera estado tan asustado, probablemente lo hubiera disfrutado muchísimo más.
- ¿Y bien? ¿Qué te parece? - Erick también se había quitado el casco y se sacudía el pelo, aplastado, con la excitación brillando en sus ojos-. Es bonito, ¿verdad?
- ¿Que qué me parece? Me parece que conduces como un loco, eso es lo que me parece.
- Oh, vamos, tampoco ha sido para tanto.
- Pensaba que íbamos a morir ahí.
- Casi siempre conduzco así cuando no voy por carretera - dijo encogiéndose de hombros -. Siempre que pueda y que no haya nadie. No quiero ser un peligro.
- Eres un peligro. Para ti y para los que van contigo en ese trasto.
Erick masculló algo entre dientes que sonó a un insulto, y se alejó de la moto y de mí hasta llegar a un punto concreto. Miró a su alrededor y se sentó en el suelo, entre la hierba, contemplando el paisaje. La verdad es que el sitio era realmente hermoso. Suspiré, me quité la cazadora y me acerqué a él, sentándome en silencio a su lado.
- Sí que es bonito - dije contestando a su anterior pregunta.
- Me alegro de que te lo parezca - susurró, aún sin sonreír como antes.
- Lo siento... he sido muy borde contigo. Lo siento.
- Me alegro de que lo sientas - dijo sin cambiar el gesto.
- Es sólo que... tengo miedo.
- ¿Miedo? - ahora su expresión era de extrañeza -. No voy a dejar que te pase nada.
- Tengo miedo de que te pase algo a ti, idiota. Has dicho que siempre conducías así.
- Nunca me ha pasado nada.
- ¡Pero podrías matarte, Erick! ¿Es que no lo quieres ver?
Nos quedamos mirándonos el uno al otro a los ojos, furiosos. Sus ojos estaban fríos, tan fríos como antes. Como cuando me miraba, las pocas veces que no podía evitarlo, después de que yo rompiera con su hermana. Eran fríos y duros como rocas. No podía aguantar esa mirada mucho más.
Extrañamente, fue él quien apartó la vista, agachando la cabeza.
- Perdóname - susurró al fin -. Es sólo que... no sabía que pudiera molestarte eso. Lo siento.
Parecía un niño pequeño al que le habían dado una reprimenda. Tan sólo, tan desprotegido... una inmensa ternura se apoderó de mí y le abracé, apoyando la cabeza en su hombro.
- No tienes que disculparte. Tan sólo... prométeme que tendrás más cuidado. ¿Vale? - él asintió, aún sin levantar la vista -. Ven - le dije tumbándome sobre la hierba, apoyándole en mi pecho. Él se abrazó al mío, de manera que su cara quedaba hacia mí pero no podía verle del todo.
Nos quedamos así durante un tiempo, mientras el sol se ponía sobre nosotros. Todo estaba tranquilo y silencioso, salvo por el ruido del agua que corría y de algunos pájaros.
- ¿Puedo hacerte una pregunta, si me prometes que vas a serme sincero? - dijo Erick de repente.
- Claro. Lo que sea.
- ¿Por qué te ha molestado tanto lo de la moto? - preguntó, con la voz aún monótona.
- Ya te lo he dicho. No quiero que te pase nada.
- Ya, pero... ¿por qué?
"Porque te quiero" hubiera sido la respuesta adecuada, y probablemente la que él esperaba. Pero aún no me sentía preparado para decírselo. Aún era pronto.
- Porque me preocupo por ti - aquello tampoco era ninguna mentira -, porque... me moriría si te pasara algo - eso ya era más de lo que tenía pensado decir en un primer momento.
Erick giró su cara hacia mí. Casi sonreía, y sus ojos brillaban de una manera especial.
- No digas eso.
- ¿Por qué no? Es la verdad - contesté rindiéndome a la evidencia.
- Porque yo no podría soportar que tú murieras.
Enrojecí, y sonreí como un idiota. Él me devolvió la sonrisa, sin dejar de mirarme. Dios... sus labios estaban tan cerca, tan rosados y tentadores... casi podía olerlos. Mi estómago era un manojo de nervios, y mi corazón latía en mi pecho con violencia. Mi cerebro no paraba de mandar órdenes contradictorias: "¡Bésale!"; "¡No lo hagas, aún es demasiado pronto!"; "Vamos, ¡bésale!"; "¡No le beses!", cuando de repente, Erick se incorporó sobre mí y puso sus labios sobre los míos. Yo, sin pensármelo dos veces, le devolví el beso con toda la pasión de la que fui capaz.

Si la magia existía, sin duda, debía ser algo como eso. No sé cuánto duró aquel primer beso, lo único que sé es que no quería que acabara nunca. Me separé de él cuando ya no pude evitarlo para recobrar aire, y me quede ahí, pegados nariz con nariz, respirando su aliento. Podía sentir el calor de sus labios de lo cerca que estábamos. Él abrió los ojos, me miró brevemente, sonrió, y volvió a besarme con dulzura, con suavidad.
Esta vez el beso fue más breve. Cuando nos separamos, el se quedó erguido, apoyado sobre un brazo a mi lado.
- Es tarde, va a hacerse enseguida de noche. Deberíamos ir yéndonos.
- Sí... - aún seguía aturdido por lo que acababa de pasar -. Sí, creo que tienes razón.
Nos levantamos - no sin dificultad -, nos sacudimos la hierba de la ropa y nos dirigimos a su moto en silencio. Me abroché la cazadora, que ahora se agradecía, mientras él hacía lo mismo. Después, él se puso el casco y se dispuso a subir a su Harley.
- Erick - se giró hacia mí y se quitó el casco, extrañado -. Un momento.
Me acerqué al borde de la moto, donde él estaba, tomé su rostro entre mis manos y le besé con fuerza. Erick tuvo que aferrarse al volante para no caerse, y me devolvió el beso con la misma fuerza. Aquello me gustaba. Podría acostumbrarme fácilmente a ello.
Nos separamos al cabo de algunos minutos - odiaba tener que hacerlo - y él me sonrió. Y aquella sonrisa era más hermosa que cualquier cielo estrellado que yo hubiera podido contemplar, y sus ojos azules eran más cálidos y más brillantes que el sol, del que apenas ya se veía nada.
- Y por favor... no vayas tan deprisa.
La sonrisa se borró de su rostro.
- Conduciendo, ¡deprisa conduciendo! - aclaré apresuradamente -. Cuando bajes de ese trasto puedes ir tan deprisa como quieras.
Él se rió, y rozó brevemente mis labios otra vez antes de ponerse el casco de nuevo. Hice lo mismo y la Harley arrancó, furiosa, en mitad del anochecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario