lunes, 7 de febrero de 2011

Dark Passion Play - VIII

Desperté, aturdido y con una tremenda resaca. Miré a mi alrededor, no reconocía la habitación. ¿Dónde estaba?
Volví a cerrar los ojos, y entonces recordé todo. Las risas, el alcohol, los besos, y finalmente... me estremecí al recordarlo. Me tomé un segundo para pensar, sin abrir los ojos todavía. ¿Me hacía sentirme esto mejor? No. Todo lo contrario. Me sentía, si cabía, aún más miserable que antes. Sí, el sexo estaba bien, pero... no quería despertarme por la mañana en una cama de la que sólo quisiera salir corriendo para no volver nunca. Quería despertarme a su lado, y al abrir los ojos, verle durmiendo. Acariciar su pelo negro, sus mejillas con algo de barba. Y que abriera los ojos y pudiera hundirme en ellos. Poder abrazarle por la mañana, sentirme feliz, tranquilo, seguro...
Me sentí como si estuviera traicionando a Erick, aún cuando sabía de sobra que él y yo no éramos nada ni podríamos llegar a serlo jamás. Todo aquello sólo eran tontas y vanas ilusiones... y no valía la pena lamentarse por ellas.
Abrí los ojos y me incorporé en la cama, mirando a mi alrededor. El cuarto estaba hecho un desastre: la persiana bajada daba un aire lúgubre y triste a la habitación. El suelo estaba lleno de porquería, de basura, de ropa tirada, y de botellas de cerveza vacías. Encontré la caja de preservativos - vacía - en un rincón de la mesita que había libre y la estrujé en mi puño. Tenía que salir de aquí cuanto antes. Él no podía enterarse de esto.

Me levanté corriendo, sin apenas prestar una mirada ni una caricia a la mujer que yacía en la cama, a mi lado. Rebusqué mi ropa, esparcida por el suelo, y me vestí tan pronto como pude. De pronto recordé la nota que había dejado antes de marcharme: sería imposible ocultárselo. Mentir sólo me rebajaría aún más, aunque para mí, yo ya había tocado fondo.
Me marché de la habitación sin dar ninguna explicación, sin volver la vista atrás, sin ni siquiera despedirme de mi ocasional compañera. No quería volver a encontrarme en una situación así... nunca más.

Era pronto por la mañana cuando regresé a casa, por lo que no encontré a nadie despierto. "Tanto mejor" pensé. Subí las escaleras con cuidado de no hacer ruido, e igualmente en silencio abrí la puerta de mi habitación.
Erick estaba tirado encima de su cama, sin camiseta, con los vaqueros y el calzado aún puestos. En el suelo, al lado de su cama, había algunos trocitos de papel amarillo. Decidí darme una ducha para eliminar el olor de la noche anterior y, aunque sabría que no tendría éxito, intentar borrar la culpa que sentía. Estaba buscando ropa limpia para cambiarme en el baño sin molestar a Erick cuando oí:
- Vaya. Has vuelto pronto.
Su voz estaba llena de resentimiento y amargura... como cuando aún me odiaba.
- ¿Por qué iba a volver más tarde?
Definitivamente, se había cansado de jugar al chico bueno conmigo y había vuelto a ser el mismo de siempre: frío, distante, intimidante. Me seguía odiando, de eso no había duda alguna; y todos estos días pasados sólo habían sido una pantomima. Intenté contener las lágrimas, a pesar de estar de espaldas a él.
- No lo sé. Pensaba que los polvos de una noche duraban más. O que tal vez lo alargarías durante todo el día siguiente. ¿Para qué ibas a volver aquí teniendo una zorrita a tu disposición? ¿O es que tu puta te ha echado?
- Erick, para, por favor.
- ¿Me lo vas a negar? ¿Acaso no es cierto que hayas pasado la noche follándote a una zorra cualquiera?
- ¡Y a ti qué más te da! - me giré sin poder evitar gritarle. A esas alturas las lágrimas corrían por mi cara sin que pudiera hacer nada por ocultarlas.
- Cállate, por favor. Vas a hacer que se entere toda la casa. O tal vez sea lo que quieres, que todo el mundo sepa que...
- ¡VETE A LA MIERDA!
Nos quedamos callados, mirándonos con rabia el uno al otro. Yo, porque sabía que aunque me molestasen sus palabras, tenía razón, tenía toda la razón. No merecía ni mirarle a la cara después de aquello. Y él... no podía descifrar su expresión. Había furia en sus ojos, pero no entendía por qué. Qué más le daba a él con quién me acostara. Qué más le daba a él cualquier maldita cosa que me pasara.
Su expresión se apaciguó un poco.
- Escúchame... - comenzó.
- Cállate Erick. No quiero volver a oírte. No quiero que vuelvas a dirigirme la palabra. No hasta que decidas de una maldita vez qué es lo que vas a hacer conmigo. Hasta entonces, ignórame. Haz como si estuviera muerto.
Pegué un portazo y salí de allí corriendo. En ese momento era lo único que quería, morirme.
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- Jamás podría...- susurré, aun sabiendo que él ya no podía oírme -. Jamás podría siquiera imaginar que no estás aquí...
Me di la vuelta, apoyando las palmas de las manos en el cristal de la ventana. Aún era temprano. El agua de la piscina estaba clara y tranquila, y el sol se colaba suavemente por la ventana, iluminando nuestra habitación, iluminando... su cama.
Sin coger nada, bajé las escaleras en silencio, hasta salir fuera al patio. Una vez allí, en el borde de la piscina, me descalcé, me quité los vaqueros, y me tiré al agua. Estaba fría, sabía que aquello me despejaría la cabeza. Me hundí hasta lo más profundo y me quedé allí durante algo más de un minuto, hasta que la sensación de ahogo fue insoportable. Entonces salí, y el aire fresco inundó mis pulmones como una bendición. Nadé hasta el borde de la piscina y me quedé allí apoyado, aún dentro del agua.
Así era como me sentía cuando él estaba conmigo. Como una liberación que me daba aire y me libraba de ahogarme. No tenía derecho a ponerme como lo había hecho, no tenía ningún derecho a sentir celos de esa fulana, fuera quien fuera; y sin embargo no podía evitarlo.
Le quería... era sorprendente, pero era cierto: le quería. Y me dolían sus palabras, que se clavaban como cuchillos afilados en mi corazón. Él... él quería que hiciese como si estuviera muerto. ¿Qué debía hacer entonces? No podía ignorarle, desde luego. Si hubiese muerto, yo no podría ignorarlo. Me desgarraría el alma, me atravesaría como una espada y me quitaría parte de las ganas de vivir.
¿Era eso lo que él quería? ¿Que me convirtiera en un cadáver andante? Pues bien, así sería. De todas formas, así era como me sentía después de sus palabras. Sin calor, sin aliento, sin esperanza...como si estuviera muerto.

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