Tras armarme de valor, decidí que ahora debía ocuparme de él, aunque sólo fuera por lo que Gemma me había pedido.
Llamé a la puerta. Nadie contestó, aunque sabía de sobra que él estaba allí.
- Erick, soy yo, ¿puedo pasar? - Silencio. Insistí, golpeando suavemente con los nudillos. De pronto la puerta se abrió de golpe.- Lo... lo siento. ¿Te molesto?
- Sí, pero supongo que no puedo prohibirte que pases a tu propia habitación - dijo con la mirada baja. No podía verle la cara, parecía como si estuviera ocultándose adrede. - Pasa - dijo finalmente, tras un minuto de silencio.
Cerré la puerta al entrar, él volvió a tirarse en su cama, con la cabeza enterrada en la almohada, de tal forma que yo no pudiera verle. Tenía música suave y melancólica en la mini cadena. ¿Habría estado llorando? Decidí no decir nada por el momento; al menos no hasta que se hubiera acostumbrado a que yo estuviera allí. Me senté en mi propia cama, con la espalda pegada a la pared, ojeando el último número de una de mis revistas favoritas.
- Soy un bestia - susurró él de pronto.
Levanté la vista, observándole con cuidado. Él se incorporó, quedando en la misma posición que yo, sólo que él se apoyaba en la ventana que había en una de las paredes pegadas a su cama. Sentí un súbito temor por si pudiera romperse el cristal, lo que haría que él cayera al vacío. Era como Lara cuando se sentía mal, siempre haciendo las cosas de la forma más arriesgada, aunque fuera mínimamente. Aumentando la probabilidad de que ocurriera algo malo. Despreciando el instinto de supervivencia, optando por el lado más peligroso de cualquier actividad que hicieran, hasta la más nimia, la más insignificante. Siempre tentando a la suerte...
- Me siento fatal. No tenía que haberle hablado así a Lara...
- Ciertamente no.
Él se llevó las manos a la cabeza, enredándolas en su pelo negro.
- Me siento tan perdido sin Gemma... como vacío... No quiero tratar mal a mi hermana por esto... no se lo merece.
- ¿Por qué no vas ahora mismo y te disculpas? Está en su habitación. Seguro que si hablas con ella lo entenderá - le sonreí, con la esperanza de contagiarle la sonrisa.
Para mi enorme alegría, lo conseguí.
- Gracias - susurró. Se levantó con cuidado, y cuando estaba a punto de abrir la puerta...
- Erick.
- ¿Sí? - preguntó él, visiblemente sorprendido.
Suspiré.
- ¿Estás bien?
No me contestó inmediatamente. Parecía que estaba calculando el por qué de mi repentino interés en él, y recé interiormente porque no supusiera demasiado, si es que había algo que suponer entre él y yo.
- Bueno. Gemma querría que estuviera bien - volvió a sonreír al mencionarla. - Así que tendré que estarlo por ella.
- Si necesitas cualquier cosa... estoy aquí. A pesar de que probablemente sea la última persona en el mundo a quien le pedirías ayuda - reí nervioso. - Si necesitas algo, sólo dímelo - insistí.
Él asintió, y salió al fin, camino a la habitación de su hermana.
Aquella tarde, Erick no nos acompañó, aunque supe por Lara que habían hecho las paces. Sin embargo, se sentía demasiado cansado interiormente como para ir a ninguna parte, y ella le dejó descansar por el momento. Lara y yo fuimos al cine, vimos una película que superó bastante nuestras expectativas, y después nos dirigimos a un bar a cenar algo. Estuvimos toda la noche hablando animadamente como lo hacíamos cuando estábamos juntos, pero sin esa complicidad especial que tienen las parejas. Nosotros, en cambio, teníamos la complicidad de los buenos amigos, y eso me animó bastante. Hubiera odiado dejar de lado mi relación con Lara, porque, aunque ya no estuviera enamorado de ella (me había dado cuenta recientemente de ello), la quería muchísimo. No más que a una amiga, ni del mismo modo que a mi hermana, pero la quería, y hubiese odiado separarme de ella. Cuando volvimos a casa, y antes de entrar cada uno a nuestras respectivas habitaciones, ella también me pidió que velara por Erick.
- Lara... sabes de sobra que tu hermano me odia.
- Sé de sobra que mi hermano te odiaba. No sé que le has hecho para que se le pase, pero está mucho más suave en lo que a ti respecta. No me lo ha dicho directamente, pero lo sé - se me encogió el corazón al oír esto.- De todas formas, averígualo tú mismo si no me crees, pero aprovecha y mejorad vuestra relación durante este tiempo en el que Gemma no esté. Así cuando vuelva le daréis una alegría a ella también.
- Ya... supongo.
- En fin. Piensa en ello. Buenas noches - dijo dándome un beso en la mejilla, y se metió en su cuarto.
Me quedé allí - otra vez - unos minutos antes de entrar a mi habitación. Era la primera vez que ella me tocaba (¡y más que me besaba!) y no sentía absolutamente nada. Nada. Nada más que el cariño hacia una amiga. Era una sensación confusa; liberadora por fin pero amarga al mismo tiempo. Eso significaba que por fin la dejaba marchar, y me pregunté por qué no lo había hecho antes. Ella era feliz ahora, y yo, estaba muy lejos de poder tener algo con ella. Que fuéramos amigos era perfecto, no sólo por mí mismo, si no porque yo sabía de sobra que el motivo por el que Erick me odiaba tanto era por seguir detrás de su hermana después de lo que le había hecho. Sin esto... él no tenía motivos para odiarme. Podíamos empezar de nuevo... y esto hizo que mi estómago diera un vuelco.
Me sentía verdaderamente extraño con respecto a Erick. No sabía qué, pero algo había cambiado en mí con respecto a él. Le miraba de forma distinta a como lo hacía antes, pero no sabía cuál era esa forma. Me convencí a mí mismo - una vez más - de que se trataba de Gemma, ella quería que nos lleváramos bien, y yo quería hacerla feliz. Sólo era eso...
... La sola idea de que yo pudiera llegar a sentir algo por Erick, que cruzó fugazmente mi cabeza, era, cuanto menos, ridícula.
Decidí entrar y ponerle fin a mi tortura interna. Tal vez pudiera preguntarle a Erick que tal había ido su tarde, o pudiéramos charlar algo antes de acostarnos, cosa que nunca hacíamos. Realmente compartir cuarto con él, desde que su hermana y yo lo habíamos dejado, había sido frío y hasta incómodo.
Entré, y estaba todo a oscuras.
- ¿Erick? - me atreví a susurrar por si aún estaba despierto.
- ¿Sí? - contestó él con voz somnolienta.
- Nada, no te preocupes. Sólo decirte que ya estamos aquí. ¿Cómo estás tú?
- Dormido. ¿Mañana hablamos, vale?
- De acuerdo... Sigue durmiendo entonces - silencio. Al cabo de un rato me aventuré a decir- Buenas noches.
- Buenas noches a ti también.
Se revolvió un poco en la cama, y finalmente debió quedarse dormido. Yo no conseguí pegar ojo hasta asegurarme de que él estaba durmiendo, y aún después me costó un poco. Hablar con él me hacía estremecerme, cada palabra suya calaba en mí de una manera tan poderosa que no podía ni imaginarlo. Un gesto amable por su parte... hacía que todo fuera bien.
Finalmente, me quedé dormido. Mi último pensamiento fue, aún sin quererlo, para Erick...
Él se despertó sobresaltado en mitad de la noche, envuelto en sudor y jadeando. Su grito me había despertado a mí también, y me asusté repentinamente.
- ¡Erick! ¿Estás bien?
- No... no lo sé... - consiguió balbucear, con la cara desfigurada por el miedo.
Me levanté de la cama y encendí la luz. Él se incorporó y enterró su cara entre las manos.
- ¿Qué te pasa? - le pregunté, sentándome a su lado en la cama.
- Gemma... - una punzada de culpabilidad me sacudió al recordarla - una pesadilla...
- No pasa nada, era sólo un sueño. Tranquilízate.
Aún respiraba aceleradamente y tenía una expresión de pánico en la cara.
- Está todo bien... no te preocupes. Ella está a salvo con su familia, volverá pronto - otra punzada.- Todo está bien... Tranquilo.
- Lo siento - susurró, aun jadeando.- Perdona por haberte despertado.
Era la primera vez en mucho tiempo que Erick era amable conmigo de una forma tan directa, y decidí apurar al máximo mi suerte.
- No importa. De hecho, prefiero quedarme contigo por si acaso. ¿De verdad que estás bien? Estás muy pálido...
- Se me pasará. No te preocupes - me sonrió, y esta vez el corazón me dio un vuelco.
- ¿Seguro que no quieres que me quede? - insistí.
Él dudó por unos instantes
- Está bien.
Se volvió a acostar, esta vez sin taparse ya que aún estaba sudando. No podía dejar de mirarle embobado, como una adolescente enamorada.
- Escucha...
- ¿Sí? - respondí, aún sabiendo que él no diría lo que yo estaba pensando.
Otro silencio.
- ...Gracias.
- No hay de qué - sonreí, en parte aliviado, en parte decepcionado. Apagué la luz. - Duerme. No te preocupes.
Erick se quedó dormido a los pocos minutos, y yo me quedé velando su sueño, o más bien, admirándole desde la oscuridad. Deseoso de verle mejor, encendí una lámpara más suave. Dios, estaba tan hermoso... La débil luz de la lamparita dibujaba un bonito juego de luces y sombras en su piel. Guardé en mi memoria cada parte de él, desde el inicio de su vientre, subiendo por su torso desnudo, hasta llegar al brillo de su pelo negro. No sé si he descrito antes a Erick, pero era alto, algo más que yo. Su piel era bastante clara. Fuerte y musculoso pero sin llegar al extremo culturista, siempre tenía una sonrisa para quien la necesitara y una palabra dura para quien se la mereciera. Llevaba el pelo algo largo, a veces le tapaba sin querer parte del ojo, y era completamente negro. Solía dejarse perilla, y a veces llevaba la típica "barba de tres días". Las cejas eran pronunciadas y oscuras, pero no demasiado pobladas, y sus ojos... era lo que más me fascinaba de él. Sus ojos eran azules, negros, grises; de los tres colores y de ninguno de ellos a la vez. Podían ser más fríos que el hielo cuando te miraba duramente, y sin embargo yo había visto en ellos una calidez infinita cuando estaba con Gemma.
Cuánto hubiera dado porque él me mirara así alguna vez... No sabía por qué, y sin embargo no podía quitarme este pensamiento de la mente. Ojala algún día se hiciese realidad...
Pasé el resto de la noche sentado en mi cama, admirándole desde la oscuridad, sin poder apartar los ojos de Erick. A veces se revolvía, inquieto, a veces estaba tranquilo. Pero nunca sonreía. Últimamente era casi imposible hacerle sonreír, y por esta razón me agitaba tanto cuando él me sonreía.
El amanecer me sorprendió en la misma posición, y al ser innecesaria, apagué la lámpara, que había mantenido encendida durante la noche para poder verle mejor. Los rayos de sol que entraban por la ventana le hacían, si cabía, aún más bello. Seguía sin saber por qué, pero Erick me atraía de una manera poderosa, y cada vez más y más.
Lo peor es que yo ni podía, ni realmente quería, hacer nada por evitarlo.
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